12.8.07

Los preparativos (I)

Me cansé de mirar por la ventanilla y dirigí la cabeza hacia el pasillo central. Llevaba más de quince minutos en la misma postura, con los músculos atrofiados. De pronto, me percaté de su presencia. Sentí sus penetrantes ojos clavándose sobre mi rostro. Su aspecto hosco y la aspereza de su gesto harían palidecer de miedo al mismísimo Atila.

Una sombra de pavor me recorrió el espinazo y, en aquel instante, sólo encontré fuerzas para intentar idear algún modo de abandonar el vagón. Sólo estábamos él y yo, frente a frente. A unos pocos metros de distancia. Así pues, me levanté, fingiendo bajarme en la próxima estación. Y ante mi asombro, él hizo lo mismo.

Supe que había llegado el final. Y me preparé para el combate.

-Por fin te encuentro -musitó.
-¿Eh? ¡No sé de que me habla! -respondí titubeando, mostrando notable nerviosismo.
-Me envía él -añadió tajante, y me agarró del brazo. En esa centésima de segundo ofrecí resistencia, apartándole de mi lado. Pero él me amenazó con el puño cerrado.
-Oiga, no le conozco. No sé quien es usted ni me importa. Déjeme en paz, por favor. Tengo que bajarme en la próxima parada.
-No, no. ¿Usted me toma por tonto, jovencito? Mi tiempo es demasiado valioso como para estar perdiéndolo en estériles discusiones.

Miré por la puerta del tren, y contemplé los paisajes corriendo a gran velocidad. Los edificios se alargaban y el tiempo parecía detenerse. Quise morirme. Pero no podía. Estaba en sus manos. Así que comencé a rezar.