Los años que siguieron a la muerte de Franco estuvieron marcados por este espíritu, prácticamente unánime en todas las fuerzas políticas, que impulsó el cambio de una dictadura a la democracia. Como no podía ser de otro modo, también en la sociedad latía el deseo “nunca más guerra civil”. Merced a ello la Transición fue un éxito. Tras casi cuarenta años de silencio impuesto y total falta de libertades, las viejas heridas parecían cicatrizar. Y, así, una página de la Historia reciente de nuestro país quedaba sólo en el recuerdo de millones de personas.
Desgraciadamente, la política de gestos revanchistas llevada a cabo por el Gobierno de Zapatero ha vuelto a reabrir las heridas. Escudado en una supuesta intención de honrar a las víctimas del bando nacional, y hacer justicia con los represaliados por el franquismo, el Ejecutivo ha impulsado la Ley de la Memoria Histórica, que no pretende, en el fondo, más que colocar al Partido Popular ‘contra las cuerdas’ y hacerle aparecer como heredero del anterior régimen.
A lo largo de la presente legislatura ya hemos contemplado numerosos gestos de este talante. Sirvan de ejemplo la condena del 18 de julio en el Parlamento Europeo –si la Historia no debe juzgar hechos del pasado, mucho menos debe hacerlo la clase política– o la retirada de la estatua de Franco en los Nuevos Ministerios de Madrid. Haciéndola coincidir, precisamente, con el cumpleaños de Santiago Carrillo Solares, considerado por muchos historiadores como el responsable de los crímenes de Paracuellos de Jarama.
No pongo en duda que aquellas personas que combatieron por la Segunda República tuvieron valor a la hora de defender sus ideales, y es justo que se les restituyan sus derechos históricos, a través de una rememoración de los acontecimientos. Pero de una forma serena y sosegada. Sin politizaciones absurdas que sólo pueden conducir a una memoria afilada para la crispación social y el enfrentamiento. Esta ley, en mi opinión, conduce a ello.
Es de pueblos maduros honrar a sus caídos, sean del frente que sean, y recordar sus gestas y sus miserias; sus fracasos y sus victorias; sus grandezas y sus pobrezas. Sus luces y sus sombras. La Historia, a fin de cuentas, no es más que eso.
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