Hace unos días, para distraer el aburrimiento, monté en el tren con un fino libro de cuyo contenido me había informado mi padre hace unos cuantos años. El lenguaje claro, a la par que un argumento interesante, me hicieron terminarlo prácticamente en el corto espacio que dista entre mi ciudad y la capital de España. Os confesaré que lo pasé francamente mal. Tuve que abortar más de una sonora carcajada, mirando a otro lado, tras leer fragmentos como éste que pronto os transcribiré. Puede que a vosotros ni os inmute. Posiblemente. Pero, chicos, ¿qué queréis que os diga? A mí, en ese momento, me pareció divertidísimo.
29.11.06
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