3.11.06

"El paso por el seminario lo percibo como absolutamente fundamental": Entrevista a los seminaristas de Alcalá

Este reportaje-entrevista ha sido publicado el viernes 3 de noviembre de 2006 en el semanario complutense Puerta de Madrid.
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Estudian latín, pero emplean un español muy actual. Profundizan en el estudio de los Santos Padres, pero conocen el pálpito de la sociedad contemporánea. No son extraterrestres ni personajes de otro tiempo. Los diecisiete jóvenes que se forman en el seminario mayor de Alcalá, situado en la calle Santa María la Rica 7, a escasos metros de la Catedral Magistral, tienen bien claro su objetivo: servir al Pueblo de Dios a través del sacerdocio.


Tras enseñarnos sus instalaciones, armónicamente acondicionadas en un entorno monumental: capilla, biblioteca, patio acristalado reconvertido en sala de estar, cocina y demás dependencias, varios seminaristas nos narran sus experiencias. Su vocación, la vida cotidiana; sus deberes académicos, los horarios; Su formación espiritual, la oración. En definitiva, la enseñanza integral que reciben como futuros ministros de la Iglesia católica.

Este año, que comenzó académicamente el 17 de septiembre (festividad de Nuestra Señora del Val), han entrado cinco nuevos seminaristas. Dos abogados, un informático y dos estudiantes.

Juan José Baena es un joven alcalaíno de 19 años que jamás había visitado el seminario –ni sabía dónde estaba– hasta que un seminarista fue a su parroquia a dar testimonio de su vocación. A raíz de este encuentro, surgieron otros, de carácter más informal al principio, más comprometidos después. Aunque el paso decisivo para iniciar su formación sacerdotal vino a raíz de una conversación con un amigo, no puede dejar de lado “el ejemplo de Juan Pablo II, que tanto ha significado para mí, para mi vida y mi vocación”.

Ismael Navarro, natural de Valdaracete, tiene 27 años. Cuando llegó al seminario, después de trabajar en la fábrica de galletas Cuétara, no había realizado más estudios que los básicos, por lo que hubo de prepararse concienzudamente en una academia para acceder a la Facultad de San Dámaso de Madrid. Los dos primeros años están dedicados al estudio de la Filosofía, con algo de latín, pero no es hasta el tercer curso cuando comienzan las asignaturas más específicas del saber teológico. “Los estudios son duros, ¡aquí no regalan nada! Pero todo llega y todo se pasa” –señala un sonriente Ismael.

A la pregunta de cómo encajaron familiares y amigos la decisión de hacerse sacerdotes, Ismael responde que “aunque mi padre había muerto cuando yo entré al seminario, sí sabía de mi intención y lo había aceptado con mucha alegría. Mis hermanos, a día de hoy, no lo entienden demasiado, y mis amigos tampoco”.

El horario del seminario es muy rígido y “aunque suene a tópico, no tenemos tiempo para nada, de modo que sólo podemos mantener el contacto con los amigos en vacaciones” –apunta Álvaro Fernández.

Álvaro también es alcalaíno y tiene 22 años. Entró al seminario menor con 14, pero éste se cerró y salió para estudiar dos cursos de Filología Hispánica. Sin embargo, la llamada del Señor fue más poderosa y decidió volver al seminario mayor. “¿Se hace pesado o no se hace pesado? No lo sé. Desde luego, yo soy consciente de que estoy donde tengo que estar” –afirma con seguridad.

El horario diario de un seminarista complutense se centra en el estudio y la oración. Una disciplina necesaria para la educación del cuerpo y el alma. La jornada comienza a las siete de la mañana, con el rezo de laudes. Tras desayunar, parten en furgonetas hacia la facultad, donde reciben cuatro horas de clase. Por la tarde, ya en Alcalá, se dedican al estudio otras tres horas. A las ocho, vísperas, oración y Eucaristía. Cena a las 21’30 y, para acabar, rezo de completas.

No obstante, tienen tiempos para el recreo y el esparcimiento. Practican deporte con cierta regularidad (fútbol principalmente); los viernes proyectan películas de temática variada; y, mientras el sábado lo dedican a tareas de limpieza y algo de estudio, el domingo es totalmente libre hasta las 22’30 de la noche.

Por otro lado, tienen tres períodos vacacionales. En verano, por Navidad y una semana en Pascua. Aprovechan estos paréntesis para descansar, reencontrarse con sus familias y convivir con los amigos de toda la vida. Tras los exámenes de febrero, suelen emplear unos días en viajar. El año pasado estuvieron en Tierra Santa, experiencia única e inolvidable para cualquier cristiano.

Álvaro continúa explicando la importancia que para él tiene su paso por el seminario: “Lo percibo como algo absolutamente fundamental. Fundamental en la convivencia que voy a tener con los seminaristas para, el día de mañana, reforzar la fraternidad sacerdotal; fundamental tener un formador, un rector, un director espiritual, que te forman, disciernen sobre ti y te aconsejan”.

Cuando la entrevista estaba prácticamente terminada, entra un muchacho, de mirada inquieta y llena de curiosidad. Se trata del joven Borja Langdon, de 18 años de edad. Es, con Juan José, uno de los más recientes en el seminario de Alcalá. También procede, como aquel, del bachillerato. “Yo siempre he tenido claro, desde siempre, desde muy niño, que quería ser sacerdote. Y por eso estoy aquí.” –responde con rebosante alegría.

En lo referente al trato con el Obispo, don Jesús Catalá, todos los comentarios van en la misma dirección. Su trato con ellos es frecuente y muy cercano. “Don Jesús es muy accesible, siempre dispuesto a atendernos, se preocupa por nosotros. Nos conoce por el nombre, sabe de nuestras inquietudes y nuestras preocupaciones”.

Finalmente, Álvaro toma de nuevo la palabra para expresar las razones por las que ha decidido ser cura. “Respondo a la llamada que me dice ‘quiero que seas uno de mis pastores, pastor de mi pueblo’. Yo no he elegido ser sacerdote: he sido llamado a serlo. Y me he adherido, con mi voluntad y mi querer, con toda mi alma, a esa llamada. Que es una llamada a dar la vida por la Iglesia”.

Abandonamos el seminario con la satisfacción de comprobar que todavía hoy, en pleno siglo XXI, quedan jóvenes con el corazón lleno de inquietudes, de fe y esperanza. Unos jóvenes que han decidido entregar su vida a un ideal: dar su vida por Cristo y los hermanos.

Miguel Ángel López Roldán

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