De este modo titula el padre Juan de Mariana el capítulo IV de su obra Del Rey y de la Institución Real, que no fue publicada –como su Historia general de España– en castellano, con el disgusto de su autor–, sino en latín. Se vio forzado a la traducción de aquella por “el poco conocimiento que de ordinario hoy tienen en España de la lengua latina aun los que en otras ciencias y profesiones se aventajan”. Una crítica que, dicho sea de paso, conserva toda su vigencia en nuestros días y en nosotros, futuros historiadores, carentes en gran medida de formación en dichas materias.
Considerado por J. Balmes “consumado teólogo, latinista perfecto, profundo conocedor del griego y de las lenguas orientales, literato brillante, estimable economista, político de elevada previsión”, Juan de Mariana (1536–1623) se halla vinculado a Alcalá desde muy joven. En la universidad estudió artes y teología, y fue también aquí donde entabló relación con la Compañía de Jesús, en la que terminaría ingresando de la mano de san Francisco de Borja. Con el paso del tiempo, acumulando gran sabiduría, llegó a ser profesor en Roma, Sicilia y París, para terminar regresando a España y establecerse en su Toledo natal.
Entre sus más destacadas actividades mencionaremos el encargo que recibió, por parte del Tribunal de la Inquisición, de supervisar la Biblia Políglota de Amberes, y otros como la edición de las obras de Isidoro de Sevilla; sin embargo, la redacción de su celebérrima Historia general de España, a la que deben añadirse sus posteriores tratados como De mutatione Monetae (por el que llegó a ser encarcelado) o De morte et inmortalitate libri III, le hicieron verdaderamente inmortal.
CONTINUARÁ EL PRÓXIMO DOMINGO
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