Hace tiempo que vengo pensando en los múltiples complejos de la derecha española. Muchas veces, creo que se trata de simples coletazos de un constante síndrome de Estocolmo. Desde los máximos responsables, como Aznar, Acebes o Zaplana, pasando por el democristiano Mayor Oreja o la liberal Aguirre, hasta el último afiliado de un pueblo castellano. Inexplicablemente, sienten por la izquierda, tan radical e incivilizada, una pasmada alucinación. Salvo en los discursos parlamentarios de Mariano Rajoy, cuando éste saca lo mejor de su gran oratoria, y despedaza a los endebles Zapatero y compañía.
Hay algo

Esta formación política camina de espaldas a la Doctrina Social de la Iglesia. A veces, la golpea con violencia. Desprecia el magisterio de sus pastores, humilla a sus fieles y perjudica gravemente a la vida. Me estoy refiriendo, obviamente, a esa constante y brutal sangría que otros llaman Interrupción Voluntaria del Embarazo. Y que yo llamo por su nombre: aborto. La mayor carnicería que han visto los siglos. Ante la cual, el PP se mantiene, cuando no silente, cómplice. No puedo ni pienso seguirle por esa senda.
Sirva esta columna para despertar las conciencias de tantas almas cándidas, para que reflexionen sobre este inhumano y deleznable crimen que es el aborto. Reflexionen, también, sobre a quién depositan su confianza en las próximas elecciones generales. Y autonómicas.
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