22.3.07

El señor de uñas largas que veis a la derecha se llamaba Nosferatu el vampiro. Su aspecto temible ha impresionado a generaciones de cinéfilos a lo largo del siglo XX. Pues bien. Yo soy peor. Mucho peor. Más bajito y rechoncho, cierto. Pero eso es lo de menos. He descubierto en mí una espantosa habilidad para fulminar personas y eclipsar carreras profesionales.

En septiembre de 2005 comentaba con un conocido lo mayor que debía ser Don Adams, el actor que interpretaba al célebre Superagente 86. A los dos días, se hace pública su muerte.

Hace unas semanas conversaba sobre la edad de José Luis Coll. Discutíamos la edad del humorista, que rondaría los ochenta. Pues nada: a los cuarenta y ocho horas, en la fosa. Más tieso que la mojama, el pobre hombre.

Hace una semana, comentábamos un amigo y yo lo extraño de mantener en el Grupo Prisa a un periodista tan crítico con la línea de Polanco como era Hermann Tertsch. Dicho y hecho: fulminado.

Empiezo a preocuparme. O mejor dicho, deberíais empezar a preocuparos vosotros, mis estimados lectores. Pienso en alguien, saco el tema, recuerdo a alguien, famoso, y cae. O a la tumba o al ostracismo. De momento no me ha pasado con conocidos y familiares. Aunque para todo hay una primera vez, ¿verdad?

Amén.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo ya temo por mi vida y hacienda ayayayay

Anónimo dijo...

Vade retro Satanás! Ni menciones mi nombre ni mis apellidos a terceras personas. Yo te exortizo in nómine pater et filie et espiritu sanctus. Sal de este mundo espíritu inmundo y maldito.

Ala ya se me acabao el agua bendita, al grifo otra vez a llenarla, venga.