Entonces la oscuridad vino tras una gran tempestad y la tristeza embargó nuestros corazones. Nuestros pobres y temerosos corazones. Sentimos el remordimiento y nos avergonzamos. Entristecidos y desilusionados, veíamos que sus promesas se desvanecían con él. Sus palabras, hermosas sin duda, pero huecas, desprovistas de contenido real y tangible. Porque ahora, si el Maestro había muerto, ¿qué sentido tenían?
Pero al tercer día, las mujeres vinieron a darnos la buena noticia. No las creímos... -¡Siempre racionalistas, siempre incrédulos!- Pero el sepulcro estaba vacío. ¡Su cuerpo había desaparecido! ¡Ya no estaba allí! Porque, efectivamente, no había cadáver. Y no porque lo hubieran robado. No. Porque había resucitado. Cristo, tras morir en la Cruz, resucitó para que no volviéramos a tener miedo. Para demostrarnos que Dios nunca muere, y si muere resucita.
Y ha resucitado de nuevo esta noche, como aquella. En esta noche fresca de abril del año 2007. La Santa Madre Iglesia, Católica y Apostólica, la que Él fundó y encomendó a Simón Pedro, nos recuerda, una vez más en esta solemne, dichosa y felicísima Vigilia Pascual, que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Christus vincit!
Christus regnat!
Christus imperat!
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