31.10.06

La noche del arrepentimiento


Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

Como cada año, llegamos al primero de noviembre. La tradición occidental conmemora, con emocionado recuerdo floreado, a sus muertos. En esa misteriosa intercesión de todos los santos ante Dios, quiso el calendario litúrgico hacerla coincidir con el día posterior. Pues, como todos sabéis, el día de difuntos es mañana.

En esta jornada festiva pienso en nuestra sociedad, la plasmación más palpable del hedonismo que nos ha tocado sufrir, que oculta el dolor y los sufrimientos, cuyo culmen, en definitiva, es la muerte. El fin del tiempo terrenal. In ictu oculi, sic transit gloria mundi. Pero hoy no interesa pensar en ello. No interesa prepararse para la muerte, esa visita que todos, tarde o temprano, recibiremos.

Ahora preferimos vivir atados a nuestro placer, a gozar del presente. Exprimirlo en vacuas y pasajeras actividades que no reportan ninguna ganancia espiritual. Porque ha muerto el espíritu. Lo hemos matado entre todos, dejándonos arrollar por la ola consumista. Y a buen precio lo estamos pagando, qué duda cabe, mientras nos hacemos paulatinamente más desgraciados e infelices.

En la noche del Tenorio, del arrepentimiento, la oscuridad y la pena.

Con afecto,

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